Caminos

Antes de salir a una ruta solemos preguntar cómo son los kilómetros que se vienen. Si bien estudiamos bien los mapas, quizás algún lugareño tenga algo para decirnos que desconocemos, como por ejemplo, a “x” cantidad de kilómetros van a encontrar un puesto de estancia abandonado para pasar la noche.

Molinos, Salta. (2021)
Molinos, Salta. (2021)

Pero a veces los “consejos” te llegan sin buscarlos. Parás en la casa de alguien que te cuenta con lujo de detalles el malísimo estado del ripio que estás a punto de encarar, estás desayunando en un hostel y una pareja te habla de las durísimas pendientes que no vas a poder subir en bicicleta, etc, etc, etc. ¿Pero qué tienen en común todas esas advertencias? Que la mayoría son negativas, bajoneras, te tiran al piso tu Yo más fuerte y te meten en la cabeza la idea del “vos no vas a poder”.

Canal Beagle, Tierra del Fuego (2019)
Canal Beagle, Tierra del Fuego (2019)

Son las opiniones de aquellos que no tienen ni la más mínima idea de lo que es viajar en bicicleta. Básicamente: hablan sin saber. “¿Cómo van a hacer esa cuesta en.. ¡BICICLETA!? ¡Están locos!”, “¿Pasan camiones por ahí? Tengan cuidado por favor..” Seguro lo hacen para cuidarnos, pero haciéndolo desde el miedo o desde la imposibilidad, no sirve.

Andacollo, Neuquén (2019)
Andacollo, Neuquén (2019)

Muchas veces nos encontramos diciendo: “che, nos habían dicho que esto iba a ser difícil y no fue para tanto…” Entonces, ¿por qué pasa esto? ¿Por qué lo que no existe para uno tiene que no ser posible para otro? ¿Y si el otro no cree en aquello que llaman “imposible”? ¿Saben que si le anteponemos el verbo “hacer” y el artículo “lo”, surge la frase “hacer lo imposible” que significa “poner todos los medios para conseguir algo”?

JIME Y ANDRÉS

Jime y Andrés viajan en bicicleta desde 2013. Su primera gran aventura fue de 9 meses y 6600 kilómetros desde Ushuaia hasta La Quiaca, y a partir de ahí dejaron de contar para vivir la vida sin números de por medio. Viajan en la naturaleza, por caminos alternativos y lugares sin nombre. No buscan llegar a ningún lugar, solo quieren estar en movimiento y sentirse libres. Una gran epopeya contemporánea.

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La pandemia nos detuvo en el tiempo. Nos dejó en un stop existencial, pero nuestra mente sigue como los latidos del corazón. Para quienes somos inquietos y necesitamos rodar, pedalear todos los días, ¿cómo asimilábamos esta pausa mundial? 

Me propuse ser “turista en mi pueblo”, redescubrir los caminos que conozco desde que nací, preguntarme qué hubo allí, qué historias guarda, qué pasa ahora. Conectarme con mis raíces, desandar esos caminos que sabía que existían, pero que no me detuve a observarlos. 

Mi compañera, la bici, fue el transporte. Comencé con una hora diaria, como si fuese una rutina deportiva, y se convirtió en una experiencia de cicloturismo “interno”, recorriendo caminos rurales y pueblos del Partido de Lobos, en la Provincia de Buenos Aires, de donde soy oriundo. 

Paraje La Porteña, 2021. Descanso en el club del Paraje.
Paraje La Porteña, 2021. Descanso en el club del Paraje.

Capillas centenarias, callecitas con casonas antiguas, vecinos tomando mate en la vereda, vías del tren de más de 100 años, y hasta una “fábrica con fantasmas”, las entradas de lo que fueron grandes estancias en época que fuimos el “Granero del Mundo”. 

Con uso de la tecnología, fui documentando a través de fotos y videos cada camino, y hacer micro videos de 30 segundos, contando la aventura del día. Nunca pensé que convertirse en turista en mi propio lugar sería tan enriquecedor. Lo que creíamos conocido, se vuelve totalmente nuevo al mirar con otros ojos. Así mismo recorrer dos o más veces el mismo camino, elegir alternativos o perderme por otros que no figuran en los mapas. 

Aparecen nuevos paisajes, nuevas postales e historias, o en realidad, historias que siempre estuvieron guardadas. Hace poco leía a una ciclista española que decía que los lunes, salir a andar en bici, se convertía en una cicloterapia. 

Creo que eso encontré en este cicloturismo local: dejarme llevar, mirar atardeceres de la llanura bonaerense, escuchar la música de la naturaleza en un tiempo únicamente mío. Una experiencia turística que nunca había vivido en ningún destino, lo pude experimentar en mi propio pueblo.

Zapiola, Partido de Lobos.
Circuito al Pueblo de Zapiola, a 19km de Lobos.
Zapiola, Partido de Lobos. Circuito al Pueblo de Zapiola, a 19km de Lobos.

Así que no hay excusas: agarrá la bici, ponete el casco y salí a dar una vuelta por tu barrio. Buscá la casa más antigua y pregúntate de qué año es, o quién vivió. Explorá con los olores… ¿A qué huele tu barrio?, mirá hacia arriba; descubrir inscripciones de años de construcción puede ser una actividad motivadora. Charlá con un vecino, pedaleá hasta la otra punta de tu pueblo o ciudad, perdete y volvete a encontrar. 

Convertite en un turista en tu pueblo, y escribí lo que viviste.

IGNACIO SUÁREZ

Lic. en Turismo. Nací y aprendí a andar en bici en Lobos, Provincia de Buenos Aires. Fanático del turismo y la bicicleta.

Turista en mi pueblo  Leer más »

Pedaleé 1600 kilómetros recorriendo experiencias únicas. Por Parques Nacionales, por la Carretera Austral, por la Ruta 40. Por asfalto, ripio, barro y arroyos. Sí, vadeé arroyos. Lo hice con mañanas de frío, tardes de calor intenso. También con lluvia, viento a favor y sobre todo con viento en contra.

Anduve por valles, costas y montañas. Entre selvas valdivianas, bosques y el Pacífico. También por la agotadora estepa patagónica. Subí la cuesta Moraga, Queulat y la del Río Bravo. También las bajé y me atrevo a asegurar, con los pocos años que tengo, que no hay mayor sensación de libertad que ser despeinado por la velocidad de una bajada y el aire puro del campo. 

Dormí debajo de un puente, en una playa, en muchas playas. En refugios, casas abandonadas, un restaurante abandonado, hostels y campings.

Me bañé en ríos y lagos. En duchas frías y que placer reconfortante, que lujo mundano, las duchas calientes. 

Fiordos chilenos, característicos de la ruta. Carretera Austral
Chile. Marzo 2019.
Fiordos chilenos, característicos de la ruta. Carretera Austral, Chile. Marzo 2019.

Hice dedo y me llevaron dos señoras francesas hasta Río Tranquilo. Allí acaricié el mármol de las cavernas y luego sentí el frío de la escarcha en Villa Cerro Castillo. También me ofrecieron llevarme y me negué.

Me despertó la energía de 80 personas con ganas de plantar. Desayuné en frente de glaciares, lagos y del Fitz Roy. Desayuné con la brisa marina y el silencio del bosque. Desayuné los panqueques de Paty en Contao, mermelada casera de ciruela, mucho pan amasado y tortas fritas, incluso las que hice yo para no gastar tanto dinero. 

No vi Huemules.

Vi al sol salir en el lago Vargas y el lago Leones. Lo vi aparecer tras las mesetas esteparias. Vi cómo encendía las paredes de El Chaltén y lo esperé con ansias a orillas del Futalaufquen. Escuché como hacía vibrar al gigante glaciar Perito Moreno y al Ventisquero Queulat. También lo vi irse. Detrás del Pacífico y del Cerro Torre. Entre álamos otoñales y lengas furiosamente rojas; entre valles, quebradas y montañas. 

Caminé El Chaltén de madrugada, día y noche. Caminé cuando la subida, el barro o la combinación de ambos no me dejaban pedalear. 

Refugio cicloviajero sobre la Carretera Austral a la salida del Ventisquero Queulat, Chile. 2019
Refugio cicloviajero sobre la Carretera Austral a la salida del Ventisquero Queulat, Chile. 2019

Reí, me emocioné, me asombré, salté, bailé, me enojé, reflexioné. Me inventé y reinventé.

Me alentaron desde autos, camionetas, bondis y camiones. Me convidaron manzanas, pan amasado y muchos mates. Le conté de mis historias a grupos de jubilados en el mirador del Río Cisnes y a Terri y su esposo. Me reí mucho con ellos.

Escuché atento el cariño con el que Colette y Hugh hablaban de sus hijos. Lo mismo hice con las historias de los brigadistas que combatieron el incendio forestal del 2015 en Cholila.

Compartí cervezas sentado en una esquina, en un bar, en el banco de una plaza, viendo a River y con Jose, Dai y sus amigos. En una pizzería con Guilhem.

No vi pumas.

Tuve cenas de bienvenida y despedida. Enseñé a Le, de China, a hacer un asado. Le me invitó un asado. Ian me abrió un lugar en el fogón con su familia francesa. Compartí un fogón con 80 personas en el medio del bosque andino. Conocí gente increíble que probablemente no vea nunca más en mi vida, otras me las crucé de vuelta.

Lago Rivadavia camino a Cholila desde Esquel Parque
Nacional Los Alerces, Argentina. 2019.
Lago Rivadavia camino a Cholila desde Esquel Parque Nacional Los Alerces, Argentina. 2019.

Compartí música con Juan, Agus, Tobi y Firu. Guitarreamos con un japonés temas de Silvio Rodríguez y Ed Sheeran, cantamos a los gritos “Imagine”. Canté “El Sensei” con franceses en un hostel y con muchas personas a orillas del Lago Cholila. Brotaron chacareras y zambas desde muy adentro.

Arreglé la cadena, parrilla, frenos y cubiertas de mi bici. Lavé platos y acomodé leña para que no se haga caro dormir sobre un colchón y para dar una mano.

Perdí muchas cosas, soy despelotado. Encontré muchas otras, soy afortunado. 

Navegué el Pacífico tres veces, el lago San Martín, el General Carrera y el lago Del Desierto. Miré las estrellas solo y con otros. Vimos la luna llena asomarse naranja y a cuenta gotas detrás de las luces de Cholila.

Sí vi cóndores. Muchos.

Parque Nacional Pumalín, carretera Austral, Chile. Marzo 2019.
Parque Nacional Pumalín, carretera Austral, Chile. Marzo 2019.

Imaginé un mundo mejor. Solo y junto a argentinos, chilenos, franceses, chinos, estadounidenses, brasileros, marroquíes y con Sam de Nueva Zelanda. Con Pedraco de España, que me recordó el valor del momento presente. Hicimos un mundo mejor con ochenta personas lo suficientemente manijas como para viajar miles de kilómetros hasta Cholila y sanar un bosque degradado. 

Hablé, escuché, aprendí y desaprendí. Me abrazaron y también abracé.

SANTIAGO FERNÁNDEZ PEÑA

Me gusta viajar de manera poco convencional, apostando por la cultura y poder disfrutar de la lentitud que tiene el detalle. Por eso me parece increíble viajar en bici y que mejor que recorriendo la Patagonia donde nací.

PATAGONIA A PEDAL Leer más »

Cuando se viaja en bicicleta, hay una grata sensación de sentirse parte de un gran ser sintiente, donde la idea de paisaje quieto e inmóvil se transforma en un territorio vivo del cual hacemos parte.

Dejarse atravesar por él, abrazando la rudeza de la naturaleza es la sensación más cercana para conectarnos con nuestro ser nómada, nuestra humanidad inquieta que busca escabullirse de la quietud de la ciudad.

Colombia es un lugar especial, pues está atravesado por 3 cordilleras cargadas de espacios biodiversos y mágicos, donde la fauna y flora exuberante acompañan cada pedalazo.

Un país lleno de rincones olvidados por el Estado, pero donde se puede sentir la magia de Los Andes.

PAULA SOLER

Artista plástica y cicloviajera con un profundo interés por ampliar la idea de territorio utilizando como herramienta el recorrer como práctica artística.

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Colombia no solo se ha gestado en la guerra, con y a pesar de esta, en los territorios han crecido iniciativas ciudadanas que le han hecho quite e incluso han sembrado vida a partir de esta. El título de este relato está inspirado en el libro Lo que le vamos quitando a la guerra, escrito por Soraya Bayuelo quien es premio Nacional de Paz de Colombia. Ella encontró en los medios comunitarios de comunicación un vehículo para transformar en memoria y reconciliación, las heridas de la guerra. Yo encontré algo muy similar en la bici cuando fui profe en la región del Urabá Antioqueño. Todo transcurrió entre el 2018 y el 2019. Para empezar, nos vamos a ir mucho más atrás. ¡Bienvenidos a conocer el poder de rodar para conectar!

PARTE I: El inicio de la bici en Urabá 

Si en los ochenta viajar de Medellín a Urabá por carretera “principal” era una proeza, ni hablar de transitar por las trochas a las veredas alejadas de los cascos urbanos de esta subregión antioqueña.

 -Profe, en Chigorodó había aeropuerto porque de Medellín a Urabá no había paso. Mutatá era el paso de la muerte, salía mejor coger avión. Así me dijo el papá de uno de mis estudiantes de sexto grado, quien recordaba que en lo que hoy es la pista de atletismo de Chigorodó, aterrizaban los aviones que viajaban de Medellín. – Unos 14 vuelos llegaban al día – decía el padre por mencionar cualquier número que evidenciara que esta era la única manera de llegar a lo que es conocida como la Tierra del Sol, región que comprende el Urabá Antioqueño, ubicada en la región noroccidental de Colombia.  

En esta misma década llegó a la región Jorge Humberto Osorio, un manizalita que arribaría a Apartadó buscando una mejor vida. Llegó a montar su taller de reparación de máquinas agrícolas, al cual llegaban campesinos con guadañas fundidas. La pasión de Jorge Humberto por las “máquinas” se extendía más allá de aquellas que trabajan el campo, su pasión estaba en aquellas que le permitían recorrerlo: la bici, la cicla, el caballito de acero. Nada de lo que hacía en su taller era en vano.

Los campesinos que llegaban a este no eran clientes, se convertían en amigos a quienes tiempo después visitaría pedaleando. Jorge era de los pocos que arribaba a esas veredas a las que no se podía llegar, y no por falta de vías de acceso, porque trocha había, sino porque la entrada a estas estaba en manos de actores armados. Primero, de un bando: la guerrilla, y del luego del otro: los paramilitares -que hoy día no se han ido porque no son foráneos. Para ese entonces, había más prevalencia de los últimos que de los primeros. 

“Ellos, los campesinos, quienes un día me buscaban para que les arreglara la herramienta de trabajo, al siguiente fin de semana me recibían a mí y a los únicos dos gatos que montábamos MTB en Urabá. Pedalear aquí era y es un paraíso: trochas que llevan a ríos, trochas que suben a la Serranía de Abibe, trochas que conocían pocos

Afirma Jorge Humberto. 

Un lujo natural pero no social, porque el tema no era de escasez. Billete había. O hay que recordar los vuelos diarios que si bien no eran 14, eran varios. Ana María Bejarano (1988), indica en sus investigaciones que Urabá producía más del 70% de la producción bananera del país que en este entonces ocupaba el cuarto lugar en exportación de este producto en el mundo. Los 200 millones anuales que le entraban a Colombia por exportación bananera en los ochenta no se veían reflejados en el progreso social de la región. El dinero estaba en manos de solo unos cuantos y por supuesto muy lejos de los campesinos amigos de Jorge. Estadísticas del DANE de ese entonces (1986), evidencian cómo la inversión social en salud, educación y servicios era precaria. Para una región que en su época tenía aproximadamente 200 mil habitantes, que generaba un flujo de capital de dichas proporciones, tener solamente 6 hospitales básicos podría parecer irrisorio. Al igual que su cobertura de servicios. Por decir un ejemplo, tres de los municipios más representativos: Arboletes, Apartadó y Chigorodó, tenían una cobertura inferior al 50% del sistema de alcantarillado. 

Esta desigualdad fue difícilmente desapercibida por Jorge. Lejos de querer negarla, su primer objetivo fue conocerla. Jorge recorrería los mismos caminos que transitaban sus amigos campesinos, pero no solo para ir de un punto a otro probando su fuerza y resistencia sobre la bicicleta. Su andar lo impulsaría las ganas de conectar con esas otras caras de las miles que tiene Urabá. Así que empezó a convocar a amigos cercanos para aventurarse a conocer la región a punta de pedal. Su primera campaña se llamó Sumando Sonrisas, con esta, logró llevar kits escolares a veredas lejanas, articulando las caras de una región desconectada por la economía de enclave, la guerra, la injusticia y el negocio ilegal.

Para Jorge, recorrer las trochas que se abrían paso en el verde bosque de la Serranía de Abibé, entre ríos, y cientos de pajaritos, era tan solo una parte del camino; conocer quienes las habitaban era más importante. Así, su prioridad se convirtió en hacer del ciclismo una actividad de impacto social.

No vinimos solo a pedalear, vinimos a hacer del pedal un puente para ayudar.

Exclama Jorge.

Así que a su morral le amarraba un balón, empacaba un par de kits escolares y mercados, e inspiraba a quienes le acompañaban a hacer lo mismo. No llegaban a las veredas a parar en una tienda, tomarse una cerveza y seguir el camino. Llegaban con las manos llenas y el corazón preparado para dibujar sonrisas a las personas de esas veredas que las que les extraían todo, pero no les llegaba nada. En palabras de Jorge: llegar en bicicleta por los propios medios, generaba admiración. 

Y sí, recibir en el lugar que vives y casi nadie visita, a un ciclista que ha invertido un esfuerzo físico y mental importante, genera un sentimiento que es para mí unos de los pilares de la conexión humana: la curiosidad. Con esta llegan las preguntas y una buena conversación.

UN PARÉNTESIS: Mi turno de recorrer esta región a punta del propio motor

En el 2018, casi 30 años después de la llegada de Jorge, aterricé en el Urabá como profe del programa Enseña por Colombia en un colegio urbano del Municipio de Chigorodó. En la semana santa de ese mismo año agarré mi bicicleta y con un amigo nos fuimos a recorrer 7 de los 11 municipios de Urabá. Durante este viaje recogí todos los frutos que había sembrado Jorge y pude recorrer por mis propios medios las trochas que antes eran intransitables, que estaban en disputa o eran tierra de otros.

En realidad, el dominio de estos caminos por los actores armados no es cosa del pasado. Pero sentí cómo el ciclismo le había ganado terreno.  Arrancamos un día cualquiera de marzo: platanales, ríos, cultivos de maracuyá, comer fruta a borde de camino y muchos encuentros con personas maravillosas nos acompañaron todo el camino. Respondí en varias ocasiones a esas preguntas que solo surgen cuando se anda a dos ruedas: ¿por dónde vino?, ¿cuánto tiempo se tomó?, ¿muy duro el camino?  

El encuentro a dos ruedas siempre genera preguntas y dónde hay preguntas hay conexión.

Tuvimos la fortuna y la sorpresa de tener todo tipo de encuentros: con campesinos, tenderos, amigos e incluso un retén paramilitar preguntando hasta dónde íbamos a rodar. Pero la bici rara vez la detienen completamente y siempre seguimos como siguió Jorge cuando abrió el camino.  Cada vez más cargados de sonrisas, conexiones y aprendizajes. En la primera etapa arranqué de Chigorodó a Turbo, 67 km de una carretera pavimentada, plana y sin mucha variación en el paisaje: cultivos de plátano al lado y lado que muestran cómo este monocultivo es la base de la economía de la región. Como telón del fondo, al costado occidental, me acompañaba la Serranía de Abibé. Con el avanzar de los kilómetros la Serranía va desapareciendo para abrirle paso a las planicies de la costa caribeña.

Llegué a Turbo a encontrarme con Richie, otro profe del programa Enseña por Colombia. Al día siguiente arrancamos a San Pedro de Urabá. Cogimos rumbo a la Serranía por un desvió que sale hacía el occidente de la carretera. Vendría el único Alto del todo el recorrido: Mulatos. 3 cortos kilómetros de carretera destapada que nos llevarían al municipio que mezcla por excelencia la cultura cordobesa y la antioqueña. En total fueron 50 kilómetros con muy poco desnivel. En este municipio las condiciones eran distintas, la sensación de seguridad era extraña: nada pasaba, pero te sentías profundamente vigilado. Aquí el dueño de lo que se hace y deja de hacer no es propiamente el Estado, son otros y la relación de estos con las instituciones es completamente difusa por no decir otra cosa.

Al día siguiente partimos desde aquí hasta Arboletes para llegar por primera vez en mi vida pedaleando al mar. Nos advirtieron que la vía secundaria era un terreno vigilado y controlado por los paramilitares. Indicaron que seguramente no habría problema, pero tendríamos que lidiar con un retén. Y así fue. Salimos de San Pedro muy temprano en la mañana y cogimos la carretera destapada que conducía al corregimiento de Santa Catalina, reconocido por ser la sede de Carlos Castaño uno de los líderes de las Autodefensas Unidas de Colombia. Para nadie es ni será un misterio que aquí vivía y su negocio se movía. Tanto así que había pista de aterrizaje para sus avionetas.

Continuamos el camino hasta la “y” que desvía a Montería o a nuestro destino final, justo en este momento nos “pararon”. Para una citadina que ha visto la crudeza con la que los medios retratan la guerra, este pudo haber significado un momento de mucho miedo, pero no lo fue. Solo una charla, un par de palabras, claridades y seguimos. Quizá nos dejaron seguir por profes, o ciclistas, o por qué estaban de buen ánimo. Aunque son perversos, en realidad han logrado legitimarse no mostrándose tan malos y es fácil creerles. Tanto así que no sentí ni cerquita miedo, quizá porque en sí son humanos, pero en la guerra siempre lo olvidamos.

Antes de llegar a Arboletes ya divisábamos el mar a los lejos: 87 kilómetros después de rodar habíamos llegado. Ese día justo la selección Colombia jugaba contra Rusia, y aunque se suponía ser un día de celebración, en realidad nos enfrentamos a una situación que nos estremeció por un buen rato. ¡A Richie le robaron los tenis!  Después de un tire y afloje, los recuperamos dialogando con el “pelao” que los había tomado prestados-sin-permiso. Me preguntó que qué le iba a dar, le dije: “Nada. El bien se hace porque sí, ya está”.

Nos fuimos con el sinsabor de no haberlo recompensado, pero el dinero creí no sería la mejor manera. Así que en un pedazo de servilleta le escribí un poema. Richie le hizo una figura en origami. Quizá no era lo que él esperaba, pero al menos tendría la satisfacción -espero- que dos personas se pausaron y crearon para él.

Al día siguiente arrancamos a Necoclí, la Perla del Caribe, 100 kilómetros de carretera pavimentada, muy caliente, llena de “repechos” (pequeñas rampas). Una carretera bordeada por el mar, los guayacanes, los cultivos de níspero y guanábana. De las últimas nos comimos las mejores: cultivadas por Teófilo y sus 7 hijos. “Como guanábana que eso le da cañaña”, dijo Teófilo. Y sí que tenía razón porque qué energía la que nos dio. En Necoclí disfrutamos de la playa, los amigos y el mar. Un par de días de descanso antes de la etapa final. La última fue desde ahí hasta Chigorodó: 100 kilómetros de regreso de disfrute y satisfacción de una vuelta llena de paisaje, gente berraca y matices. Un recorrido para reflexionar cómo incluso con la guerra latente la gente ha seguido andando, tanto cómo nosotros pudimos hacerlo.

PARTE II: La bici llegó para quedarse

Jorge abrió camino incluso en los lugares más retadores. En el 2017 Sumando Sonrisas llegó a Saiza, un corregimiento en el Municipio de Tierra Alta, Córdoba, al que hasta hace muy poco solo se podía llegar desde Carepa, Antioquia. Después de masivos desplazamientos a causa de dos tomas al pueblo, una a manos de la Guerrilla en 1988 y otra a manos de los Paramilitares en 1999, Saiza perdió por despoblación la categoría de corregimiento convirtiéndose en un pueblo fantasma, aun cuando residía gente en este. La escuela no tenía profesores, el puesto de salud dejó de atender y más de 3.000 familias salieron del pueblo.

En el 2017, Jorge convocó una pedaleada para construir un parque infantil. La rodada inició en el municipio de Carepa. Este recorrido es quizás uno de los más emblemáticos de la región, pues es el ascenso transitable más largo a la Serranía de Abibe. La etapa tiene dos tramos: 25 kilómetros de ascenso hasta la vereda el Cerro, y luego otros 20 de descenso hasta Saiza. Fueron convocados 9 equipos de MTB y 4 delegaciones campesinas. Para los habitantes del pueblo recibir a decenas de ciclistas y construir de la mano de ellos, un lugar para divertirse, jugar y compartir fue un punto importante en el largo camino que lleva Saiza para reconstruirse.

En el mes de febrero de 2019 se convocó una pedaleada a la vereda San Miguel, del municipio de Apartadó. No la organizaron solo los ciclistas, se hizo de la mano de las personas de la comunidad: -hacemos un sancocho que a todos les guste, y con lo que se recoja hacemos un buen puente para que los niños puedan pasar el río e ir a la escuela. – propuso Jorge.  Cada líder convocó a su grupo. Si antes Jorge iba con 10 amigos, en esta pedaleada éramos más de 50. Ir a los lugares no es cuestión de transitar, sino también de conectar y por qué no de construir juntos un lugar mejor.

Hoy día existen más de 50 clubes amateurs en la región y con esto, líderes que logran convocar a sus equipos para pedalear varias veces a la semana e incluso varias veces al día. Estar en el Urabá es darse el lujo de adentrarse en una trocha en plena noche, pues siempre hay algún equipo que se aventura a desafiar algún trecho que conduce a la Serranía de Abibe o visitar el municipio aledaño; sean los correcaminos de Chigorodó, los Halcones de Turbo, MTB Urabá de Apartadó, entre muchos más. Cuando los movimientos crecen es posible que su objetivo original se transforme.

El espíritu de ser un deporte de impacto social no ciñe a todos los grupos, pero no por esto han cesado las pedaleadas para construir de la mano de la gente de las veredas, nuevas posibilidades. Los caminos que conducen a las veredas no les pertenecen a los ciclistas. Por fortuna no han sido conquistados por estos, porque si algo ha enseñado Jorge es que la idea es que el ciclista no se apropie de los lugares que transita, simplemente que los recorra en libertad, reconociendo a quienes los habitan y motivando a que juntos se sueñen un mejor lugar: uno para mejor vivir y pedalear.

A decir verdad, los caminos y veredas siguen siendo de ellos, los innombrables que varios conocen e incluso defienden; en tierra donde quien agrede también protege, las líneas de héroe y villanos son difusas. Sin embargo, la guerra ya no es dueña de los miedos, las ganas y la posibilidad de rodar le han ganado al terror y temor que la violencia profundamente había infundido. Definitivamente, el ciclismo ha llegado a lugares donde la guerra a ningún otro le había permitido entrar.

“Cuando se llega en bici, se llega con el alma renovada y el cuerpo cansado. ¿Quién combate después de echar biela?”

Dice Jorge. Donde antes sonaban solo las botas de la guerra, hoy suenan las cadenas de las bicicletas. 

El sueño de Jorge es que la bici le quite a la guerra no solo el dominio sobre los caminos, sino también y aún más, sobre la vida de los niños de la región. Él busca que se forje acero para pedalear, que se coronen subidas y no que se cobren vidas. Por eso, hoy le apuesta más que nunca al semillero infantil de MTB, apoya a un ciclista joven que se apoda Matrix que está entrenando en la Ceja para a entrar al ciclismo de ruta profesional y organiza travesías anuales para llegar a los lugares más emblemáticos y remotos de esta tierra que no por nada en Emberá significa Tierra prometida. 

Lo que la bici le ha quitado a la guerra lo ha hecho a través del mejor combate: del que no se hace de frente ni con violencia. Llegar por los propios medios, a punta del propio motor -piernas, mente y corazón- cautivó la pasión de más de uno en la región. El país tiene mucho que aprender de este movimiento que no es solo deportivo: es social y ciudadano. El tejido social, el cambio de hábitos, el movimiento en otros sectores de la economía son dignos de ser reconocidos.

El ciclismo de Urabá deja la lección de que los rincones no solo hay que andarlos, llegar a comer un par de bocadillos, barras, salpicones y limonadas, dejando la basura y yéndonos cómo si nada. Ojalá que la fuerza que se invierte en andar y coronar, también se invierta abrir nuevos caminos geográficos para generar conexiones con estos lugares y las personas que los habitan. Reconocimiento mutuo, y un andar tranquilo a ritmo de biela y no de guerra.

NATALIA RAMOS

Estudió ciencia política y psicología en Bogotá, Colombia; y descubrió que el deporte y el arte son vehículos potentes para entender la mente y articular el cambio que estudió en sus carreras. Le encanta bailar, rodar.

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Me seduce la idea de comenzar un escrito en una revista de cicloturismo diciendo que no me siento ciclista, que me considero un corredor y encuentro el maratón la prueba más impresionante a la que me enfrenté, la famosa Reina. En esa época mi nombre en las redes era Corresegundo y no podía ver la bicicleta, la padecía. Luego de un esfuerzo importante, ya una maratón, ya un fondo de más de veinte kilómetros, solía tomar la bici y hacer unos pocos kilómetros para descansar las piernas. Desde que salía hasta que llegaba estaba puteando; no me gustaba pedalear, pues era corredor.

Correr fue la única actividad en la que logré regularidad, ya que tengo un doctorado en dejar cosas por la mitad, y si esto hubiese sido rentable, no lo duden, sería vecino de Bill Gates. Fue notable cómo adquirí el hábito, para algunos obsesivo, y les otorgo algo de razón, llegando a ordenar mi jornada con base en mi entrenamiento. Vale aclarar que estaba muy lejos de la excelencia; de hecho tuve una idea que perfectamente se podía aplicar en ocho de mis diez maratones: el tipo que ganó puede irse a su casa, bañarse, tomar un litro de cocoa, orinarla, volver, y yo aún no haber llegado.

Contemplando el Cerro Arequita
Lavalleja, 2019.
Contemplando el Cerro Arequita, Lavalleja, 2019.

Pero el destino tenía para mi otros caminos, a ser transitados  en dos ruedas. Fue así que el doctor me notició de un principio de artrosis en las rodillas, por lo que tuve que dejar de correr. Con agrado, luego de pasado el tiempo, he notado que mi reacción en ese momento no fue de enojo ni de tristeza, no renegué ni maldije, al contrario, con mesura agradecí por poder haber corrido tanto siendo consciente de que hay mucha gente que sí tiene problemas de verdad. Esta postura me ayudó a tomar la bici con gusto, no sintiendo en absoluto el cambio. Por el contrario, comenzó a germinar la semilla del cicloturismo que estaba guardada en mi inconsciente desde hacía mucho tiempo.

Unos ocho años atrás había conocido en Kiyú a un brasilero que había salido de San Pablo en bicicleta,  hasta llegar a conversar conmigo. Yo no lo podía creer; me mostró la bici con las alforjas que me resultaron de otro planeta. Me imaginé el esfuerzo enorme que debía hacer para lograr hacer andar toda esa bici; pero la cara del tipo, la alegría y la energía que transmitía no tenían nada que ver con lo que yo imaginaba. ¿Y no tenés miedo?, pregunté… La cara de asombro con la que me respondió no la olvidaré jamás, No, ¿a qué le voy a tener miedo? Ahí me di cuenta de que el que tenía miedo era yo.

 Otra experiencia que considero central en mi devenir a Ciclosegundo fue el conocer la experiencia de un flaco que unió Bella Unión con Montevideo… ¡en monociclo! Recuerdo que pensé muy contento, este loco es un tarado, es un crá. Quedé fascinado con ese plan tan distante de las pautas utilitarias que nos imponemos  día a día. Escuché una nota en la radio y la alegría del flaco me hizo recordar al brasilero, y me dije, yo quiero eso, refiriéndome a la alegría, ni loco al monociclo. El paso siguiente fue buscar información en internet, conocer a Bikecanine y todo fluyó de una manera maravillosa.

Listos para mi primer salida.
Todo adrenalina. 2019.
Listos para mi primer salida. Todo adrenalina. 2019.

He pensado mucho en la conexión que hermana el maratón con el cicloturismo. El gusto por el esfuerzo en grandes distancias y durante mucho tiempo es lo primero que se me viene a la mente. También ambas actividades han generado los mismos argumentos, todos hijos de la buena intención de mis allegados a la hora de  intentar disuadirme, “Estás loco”, “Qué necesidad”, “Andá en ómnibus”, “Dedícate a laburar”. Pero el punto que más me gusta y quiero compartir con ustedes es el siguiente: el maratón es una prueba de una exigencia tremenda, es poco probable que una persona haga un esfuerzo similar alguna vez en la vida. A medida que la prueba aumenta también lo hace el cansancio, el deterioro físico y mental, sobre todo en casos como el mío, donde mi metro ochenta y cuatro y mis noventa kilos me alejan de un físico ideal para esta prueba.

De los treinta kilómetros en adelante todo se hace de plomo, y me resulta imposible transmitir lo que se siente sin cargar el escrito de adjetivos, y por nada en el mundo quiero parecerme a Scelza. El hecho es que hay corredores que utilizan un mantra para superar estos momentos. La repetición de una palabra, una frase, un sonido, que en mi caso era Mente Feliz. Mente Feliz, dos pasos, Mente Feliz, dos pasos y otra vez, así por kilómetros, concentrado, hasta que llega un momento en que lo único que existe es Mente Feliz, y te olvidás de la carrera, del dolor, del cansancio, lo único que existe es Mente Feliz.

Cuando llevo la bici muy cargada.
Cuando llevo la bici muy cargada.

En la bici lo que me pasó fue al regreso de mi primer viaje a Lavalleja. Luego de pasar Santa Lucía y de haber hecho setenta kilómetros duros estaba reventado, la venía pasando muy mal,  ya había parado varias veces y quería llegar ese día. Fue entonces que escuché en la radio el final de una canción de folclore y al locutor nombrando el grupo que interpretaba, los músicos, y qué instrumento tocaba cada uno. Así supe que fulano de tal tocaba la quijada de burro… y me llamó la atención… la quijada de burro, quedé pensando… y sin proponérmelo comencé a imaginar a un tipo tocando la quijada de un burro, ¡pero vivo!, lo dificultoso de dicha práctica, la cara del burro no entendiendo qué era lo que allí pasaba, el cerrar con toda su fuerza la boca haciendo infructuosos los enormes esfuerzos del músico para ejecutar su parte. Todo esto ante la mirada atónita del público. Imaginé los preparativos para la actuación, comportamientos solemnes, rostros serios, guitarristas que acomodaban sus micrófonos, y al fondo el tipo cinchando del burro para subirlo al escenario mientras que el jumento, clavando las patas al piso, se negaba a formar parte de la actuación.

Quien me hubiese cruzado en ese momento en la carretera habría visto a un cicloturista con la sonrisa de oreja a oreja y cada tanto largando una carcajada. Toda esta película  durante media hora. El hecho es que me olvidé del cansancio y salí del pozo, estando a las tres horas en mi casa en San José de Mayo de vuelta de una de las experiencias más maravillosas de mi vida, con el corazón exultante, agradecido y pensando, ¡Bendita artrosis!

JORGE SEGUNDO

Buen muchacho. Como decía mi viejo, Come bien y duerme mejor.

Mi camino desde el maratón al cicloturismo Leer más »

Desde mi juventud hasta mi edad adulta actual, siempre elegí bicicletas de paseo, me defino como una ciclista urbana lenta. Desde hace años opté este vehículo para mi movilidad, entendiendo cada traslado como un paseo, ir a un ensayo, a la facultad o a trabajar. La premisa: disfrutar el viaje y mover el cuerpo; la espalda recta, el peso en un canasto, un asiento parecido a un puff y escasos cambios que más que usarlos como fuerza para avanzar, eran la bendición de alivianar algún repecho. 

Pal’ Mate. La Paloma Enero 2021
Pal’ Mate. La Paloma Enero 2021

Y así, ostentando disfrute y escasísimo sudor, supe siempre salir temprano para llegar (casi siempre) en hora. Con los años el paseo se convirtió en recorrido, luego en movilidad y después en activismo. Y ahí fue cuando las 6 velocidades de la hermosa bici turquesa de paseo quedaron cortas. Empecé a querer más, ir a todos los lugares en bici, hasta a fiestas donde el seguridad colapsa pensando donde podemos estacionar.

Ir más lejos e ir más rápido. La cabeza se acelera más que las piernas, y la idea se convierte en deseo y ese deseo deja aparecer otros sueños y metas. ¿Y si nos vamos a Rocha en bici? Este creo es un hito en la mayoría de los ciclistas uruguayos, a todos se nos pasa por la mente ese destino, a veces solo como un deseo lejano, la proeza de algún conocido, o una imagen desde el bondi o desde el auto que se nos cruza en la ruta.

Como en la bici, la idea salta de nivel, toma fuerza y se acelera, ¿y si este enero sí nos vamos a Rocha en bici? 

Laguna de Rocha, Uruguay. Enero 2021
Laguna de Rocha, Uruguay. Enero 2021

Ya de solo pensarlo (en serio) corren desenfrenadas las ganas, la curiosidad, las dudas y las certezas. Decenas de pestañas en internet, comparando precios de bicis, leyendo blogs y preguntando por todos lados consejos. Las devoluciones siempre positivas, hasta cuando no se sabe la respuesta el mensaje siempre es de aliento. Ahora con la idea en marcha, como en el camino, todo se va acomodando y avanza.

Lo siguiente fue hacer la segunda cosa que más me gusta después del ciclismo: reventar la tarjeta de crédito. 

Con la ayuda de una amiga encontré a “Gretel 2” (sí, les pongo nombre a las bicicletas), y mientras empezamos a entrenar distancia con mi hermano, se iban sumando la parrilla, alforjas, portacaramañola, pulpos, guantes, luces. Garabateamos muchos recorridos, calendarios y lista de cosas a llevar. Y mientras mandaba solicitudes a grupos de ciclistas, se sumaron un primus, la olla, el sartén, consejos, piques y una gran energía que se sentía como una bajada con brisa, a la sombra y en primavera. Cada vez más rápido, más velocidad, más cosas, más checks en las listas, hasta llegar al cambio 21. Con todo listo, armado y la alarma puesta; frenar fue imposible. Esa noche previa la cabeza y el corazón seguían pedaleando nerviosos y optimistas.

Amaneciendo en el camino. Atlantida Enero 2021
Amaneciendo en el camino. Atlantida Enero 2021

Salimos, y todo volvió a ser como antes, la movilidad y el activismo se quedaron en Montevideo, y el recorrido, desde el cambio 1 al 21, sin importar la velocidad, volvió a ser un paseo.

Nos bendijeron los dioses del clima, y los santos de las pinchaduras, un montón de amigos que nos abrieron sus puertas y muchos ciclistas que nos cruzamos en el camino y que se sentían como hermanos que compartían la satisfacción del avance y el regalo del amanecer en la ruta.

Pasaron kilómetros, playas, panaderías, amaneceres, chapuzones, buñuelos de algas, mates, pausas.

Y el destino nos recibió felices, ostentando disfrute y escasísimo sudor.

Agradeciendo a las bicis, a las piernas, a los ojos y al corazón que reconocen, que tanto en el ciclismo como en la vida, la recompensa es el camino.

FLORENCIA DUMAS

Ciclista urbana, voy a todos lados en bici. A ritmo lento y casi siempre cargada. El canasto es mi aliado, y en las bajadas suelo bailar contra el viento.

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“No es oro todo lo que reluce”, sabia frase del refranero español que describe a la perfección en tan solo unas palabras mi situación en las últimas semanas de viaje. 

Se me había olvidado cuando reinicié mi camino hacia Europa a principios de abril tras el parón invernal, lo mucho que puede cambiar la experiencia en carretera en función de los problemas que uno pueda llegar a tener o como es mi caso que Carmela y algunos de mis materiales puedan tener. 

Avdalaz Kale, Turquía. Abril 2021. Camping al atardecer en la ruta Frigia
Avdalaz Kale, Turquía. Abril 2021. Camping al atardecer en la ruta Frigia

No quería llegar a este punto y por desgracia, quizás por no haberlo sabido controlar, he vuelto a revivir momentos negativos emocionalmente como aquellos que me acompañaron en mi recorrido por Vietnam, cuando Carmela decidió no estar de mi parte y ponerme muchísimas trabas en el día a día, convirtiendo algo tan fácil como rodar, en un auténtico suplicio que afectó a mi vida más personal. La sombra de abandonar el proyecto me acechó en demasiadas ocasiones, entrando en una espiral de negativismo que para nada me ayudaba a mirar hacia adelante. Situación muy similar a la vivida en el trayecto que me ha llevado desde las tierras sureñas bañadas por el Mediterráneo hasta la tan europea ciudad de Eskişehir, apenas a 200 km de Estambul. 

En poco más de 600 km, y cuando afrontaba con optimismo el camino hacia la antigua Constantinopla, los inesperados sucesos se fueron repitiendo continuamente a pesar de la buena condición en la que se encontraba Carmela y la adquisición de nuevos materiales para hacer mi vida nómada más sencilla. Podría explicarlos y entrar en detalle sobre cada uno de ellos, aunque no me ayudaría en absoluto a deshacerme de esos pensamientos que tanto me han estado afectando y que desafortunadamente me siguen influyendo en el momento en el que estoy escribiendo estas palabras, pues aún, y a pesar de haber tratado de resolverlos, quedan aspectos que solucionar (como es el caso del hornillo nuevo de gasolina que me está suponiendo un auténtico comedero de cabeza).  ¿Mala suerte? No sé si llamarlo suerte o quizás exista algún otro término más adecuado, pero sin duda hay algo no intrínseco que no ha querido estar de mi lado.

Región de Denizli, Turquía. Abril 2021. Riza captó nuestra atención al pasar el pueblo y nos invitó a un té. Hospitalidad turca
Región de Denizli, Turquía. Abril 2021. Riza captó nuestra atención al pasar el pueblo y nos invitó a un té. Hospitalidad turca

No obstante, estas desdichadas semanas en cuanto a lo material me han servido para igualmente darme cuenta de que hay algo mucho más importante y que hace que se me olviden ciertos problemas al menos durante unas horas: el cicloturismo. El hecho de moverme sobre dos ruedas por caminos que no conozco, dejándonos llevar por los paisajes que nos rodean y nos hacen sentir tan pequeños, recibiendo el cariño y la amabilidad de toda esa gente que con curiosidad y con ganas de ayudar se acerca a mí para charlar un poco a pesar de la barrera lingüística, los momentos en los que elegimos lugar para acampar y con admiración montamos la tienda de campaña en un lugar único y diferente al del día siguiente… Y cómo no, haber podido contar con la compañía de mi buena amiga Tuğba, la cual ha sabido aguantar pacientemente mis ataques de ira por todo lo que estaba aconteciendo y sacarme una sonrisa cuando más lo necesitaba.

Esa es mi vitamina. Estas son las razones por las cuales me despierto cada mañana pensando en aquello que está por venir y  en todas esas sorpresas que la vida tiene preparadas para mí.

Por eso, a pesar de cadenas, radios o llantas rotas, al empezar a pedalear el tiempo se paraba, mi cabeza no pensaba en los problemas, y mi cuerpo se relajaba disfrutando de las bellezas que este estilo de vida me proporciona, dejando esos contratiempos que todxs tenemos a un lado para centrarme en lo realmente importante. No ha sido fácil, he de admitirlo, pero en esta ocasión y a diferencia de Vietnam, tenía seguro que quiero seguir adelante aunque tenga que adaptarme a circunstancias adversas. 

Ayazini, Turquía. Abril 2021.
Asentamientos y cuevas frigias.
Ayazini, Turquía. Abril 2021. Asentamientos y cuevas frigias.

Turquía no deja de sorprenderme a cada kilómetro que recorro por ella.

Hemos pasado por pueblos poco habitados donde la hospitalidad recibida nos ha dejado perplejos, recibiendo frutas, verduras, cenas, almuerzos, y sobre todo mucho té y pan. Además, nos ha quedado aún más claro que Turquía no es para nada un país uniforme en cuanto a sus gentes, sino una mezcla cultural y étnica en la que los rostros, colores y facciones cambian de pueblo a pueblo, así como las costumbres, gastronomía y hasta las vestimentas. De los circadianos a los vivaces colores de los turkmenos, las pálidas teces y la claridad de los ojos de los centroasiáticos y los hábitos de los búlgaros o balcánicos. Toda una miscelánea que no nos ha dejado indiferentes y por la cual nos hemos dejado impregnar a base de encuentros aleatorios y muchas preguntas para resolver nuestras dudas y seguir enriqueciéndonos. 

Al igual que su gente, la variedad paisajística en tan pocos kilómetros de distancia ha sido bestial. Hemos subido montañas, donde la primavera trataba de echarle un pulso al invierno, que en ocasiones se resistía a marcharse, a través de carreteras que atravesaban bosques de coníferas propios de un clima mediterráneo y de media altura, cruzado lagos y salinas que nos daban la bienvenida a un territorio más propio de las montañas del Pamir en Kirguistán y Tayikistán, donde la vegetación desaparecería para dar paso a un paraje rocoso, árido y con formaciones geológicas que nos hicieron sentir en lugares mucho más remotos de los que estábamos. 

Y concluimos con uno de mis lugares favoritos en este país, el valle Frigio

Donde nos perdimos entre sus ruinas de piedra de los siglos VI – VII a.C. siguiendo el legado del Rey Midas y viajando en el tiempo mientras nos adentrábamos en sus cuevas, iglesias, castillos y asentamientos excavados en las rocas, originando lugares de acampada inigualables. Una auténtica exhibición natural y cultural que mucho me recordó en cuanto a semejanza a la tan popular Capadocia, aunque sin turista alguno y con una mayor paz y tranquilidad. 

Ya queda menos para abandonar el continente asiático, ese que me ha brindado tantos y tantos momentos, vivencias y sobre todo aprendizajes en los últimos 5 años. A la vuelta de la esquina puedo ver al mal denominado “Viejo continente” asomándose sigiloso para prácticamente darme la bienvenida a esas tierras que parecían no llegar nunca.

Pero antes habrá que pedalear para llegar a la última parada de esta Ruta de la Seda que inicié en el otro lado del continente en el gran gigante chino. Estambul me aguarda en una situación muy diferente a aquellas en las que la visite allá por 2008 y 2011, aunque esta vez podré decir que entré en esta gran urbe a caballo entre Asia y Europa a lomos de mi Carmela, ¡buah! 

“Es bueno tener un final de recorrido hacia donde ir; pero es el viaje lo que importa, al final.” – E. Hemingway

ROBERTO MERCHÁN

viajero procedente de un pequeño pueblo (Ardales) de Andalucía. Hace 5 años decidió dejar su antigua vida atrás y lanzarse a la aventura, convirtiéndose en un nómada viajero. Ha viajado por Asia en transporte local y autostop y desde 2017 acompañado de Carmela, su bicicleta, atravesando desde Tailandia a Turquía 20000km en su camino a casa.

No es oro todo lo que reluce Leer más »

Hace poco vi un post en un grupo de Facebook, de un novato que quería adentrarse en el mundo del cicloturismo y pedía tips para su primer viaje. Algunos, podridos de las preguntas de los newbies de siempre, lo mandaron directamente a buscar en YouTube, pero a mí me dio no sé qué dejarlo así, al fin y al cabo todxs fuimos newbies alguna vez, yo misma lo era hasta hace muy poco. Me quedé pensando qué me hubiera gustado saber antes de hacer mis primeros viajes.

¿Qué le diría a mí yo del pasado?

Lo primero sería: Sofi, aprendé a parchar, no sabés cuánto vas a insultar cuando tengas que hacer 15 km hasta el próximo pueblo. Una cosa que me dijo un viejito buena onda que me auxilió en esa ocasión es que lleve parches, sí, y también inflador, pero además una cámara de repuesto. En algunas ocasiones es más práctico sencillamente cambiar la cámara, inflar y seguir. 

Algo que leí por ahí y me pareció útil: a la hora de elegir una bici, cuanto más comunes sean sus componentes, tanto mejor. Si se te rompe algo en el viaje, es más probable que la bicicletería que te encuentres en el camino tenga componentes comunes, antes que los súper fancy y extraños. Obviamente, si vos mismx sabés algo de mecánica, tanto mejor. Otra cosa: llevar la bici antes de salir a que la chequee tu bicicletero de confianza ahorra muchos dolores de cabeza, más de los que creés.

Tenés que tener luces sí o sí, y también chaleco reflectante. Quizás vos dirás “naaah, si igual llego a destino antes que se haga de noche, no es necesario”. Sí, amigue, sí es necesario, no siempre sabés qué te depara la ruta, shit happens. No vas a querer que te agarre la noche en la ruta; te aseguro que hay tramos en los que no hay una sola luz. No te imaginás la cantidad de puteadas y bocinazos que me comí esa noche, el miedo a los autos que te pasaban a toda velocidad y los nervios de no ver NADA delante de ti, ni siquiera la banquina. 

Llevá agua, bastante, no sabes cuándo vas a encontrar lugar para comprar. También te diría que descargues los mapas de Google Maps en el celu, en la ruta hay muchas partes que no tienen señal. 

Viajá liviano

Esto no se puede enfatizar lo suficiente. Las travesías son exigentes de por sí, si encima llevás cosas de más, se vuelven doblemente pesadas. Cada gramo cuenta, no vas a necesitar ese segundo caloventor que llevás de repuesto, y si lo llegás a precisar vas a sobrevivir, creeme. Ah, y sin peso en la espalda. Una mochila de diez kilos puede ser una semana de dolor en la cintura. Además cansa el doble, comprobado por su servidora. Lo ideal sería que el peso esté repartido de manera equitativa en la bici. Antes de arrancar el viaje, chequeá si la manera en que organizaste tu equipaje es sostenible, si te permite pedalear con comodidad o a los pocos kilómetros vas a tener que parar a acomodar tu setup.

¿Qué le dirías a tú yo del pasado?

Andá mentalizadx en que va a haber cosas fuera de tu control, y que eso es parte de la diversión. Vas a tener inconvenientes inesperados, y vas a tener que sortearlos como puedas, con lo que hay a mano. Por otra parte, aunque insultes en todos los idiomas, es muy satisfactorio superarte.

Para mí esto es importante: no dejes que gane tu cabeza. Tarde o temprano te vas a decir que no podés, que estás cansadx, que no llegás, que es peligroso, que para qué saliste y mil cosas más. A veces la cabeza es como tu tía mala onda que te tira abajo todos los proyectos que le contaste ilusionado, no la escuches. Ojos en la meta, minimizá el discurso desalentador que viene inevitablemente con el cansancio y lo desconocido.

Es cierto, viajar en bici no es para cualquiera, tiene su dificultad. Hay personas a las que no le molestan los mosquitos, dormir en el piso, lo inesperado; y hay otras que prefieren relajarse en el spa de un hotel de lujo. Cada unx tiene su idea de qué es disfrutar, y eso está perfecto, pero el cicloviaje no es para la gente que prefiere el spa. Hay que saber bien qué tipo de viajerx es unx, más que nada para no pasarla mal.

Laguna de Lobos, Provincia de Buenos Aires. Marzo 2021.
Más allá de las dificultades que puedan surgir en el viaje, el contacto con la naturaleza que tiene el cicloviajero es incomparable.
Laguna de Lobos, Provincia de Buenos Aires. Marzo 2021.
Más allá de las dificultades que puedan surgir en el viaje, el contacto con la naturaleza que tiene el cicloviajero es incomparable.

Por último, el cicloturismo y el bikepacking son disciplinas de esfuerzo, sí, pero a la vez maravillosas. La vez que me agarró la noche cerrada en la ruta, entre el miedo y los insultos de los automovilistas, vi uno de los cielos más lindos de mi vida. Estaba atestado de estrellas, nunca vi tantas, te lo juro, y eran todas para mí. ¿Viste alguna vez esos cielos de noche en el campo?

En el interior de la provincia de Buenos Aires el territorio es mayormente plano, entonces los cielos se ven interminables, sin nada que los corte, y además este en particular era supernegro, porque no había luna. Me impresionó tanto que, para disfrutarlo mejor, salí de la ruta e hice unas cuantas cuadras caminando con la bici al costado por el pastito a la una de la mañana, escuchando nada más que los grillitos. Noche incomparable ¿Cuántos viajerxs de spa pueden decir eso?

SOFI YANTORNO

Buenos Aires, Argentina. Profesora de literatura, cronista amateur, cicloviajera y eterna aprendiz.

On the road: ¿qué le dirías a tú yo del pasado?  Leer más »

“Mi primera travesía sola en bici, con unas alforjas tan llenas de ilusiones como de miedos.”

El camino está lleno de señales. Prohibido detenerse. Curva peligrosa. Despacio. Máxima 40. Pero esas no son las señales que guiaron mi viaje en solitario por Salta, Catamarca y La Rioja en 2019. Mi primera travesía sola en bici, con unas alforjas tan llenas de ilusiones como de miedos. Dos meses para recorrer los caminos del noroeste argentino (NOA). La idea era, en líneas generales, seguir la ruta 40. Sabía dónde iba a dormir los primeros tres días, el resto estaba por definirse. Llevaba conmigo carpa, cocina a gas y unos muslitos más llenos de entusiasmo que de entrenamiento. 

Buenos Aires. Avión a Salta capital. Empiezo a pedalear con nubes y confianza. Cuesta del Obispo, Cachi, ya estoy en la 40.

Camino a Antofagasta de la Sierra, Catamarca. 2019.
Camino a Antofagasta de la Sierra, Catamarca. 2019.

En Seclantás, Salta

Un pueblito de un puñado de manzanas y muchos telares, sucedió ese primer encuentro que cambiaría el viaje por completo. Divisé a lo lejos una mujer entrada en años cargando unas bolsas muy pesadas. Me ofrecí a llevar la carga en la bici. Vi en sus ojos años de lucha y de fortaleza. Aunque de pocas palabras, rápidamente me compartió su historia y me abrió las puertas de su casa y su familia. Ella me veía a mi fuerte por viajar sola en bici. Yo, a ella, la veía inmensa. 

Comprendí que esos encuentros del camino tenían, para mí, una riqueza y una belleza mucho más profunda que el más hermoso de los cerros. Comprendí que el viajar en bici me abría las puertas de los hogares. Comprendí que había pedaleado cuestas eternas para encontrarme con ella, aunque cuando partí de Buenos Aires no lo sabía. 

Mascando coca al sol. Seclantás, Salta. 2019.
Mascando coca al sol. Seclantás, Salta. 2019.

Después de Seclantás siguieron Molinos, Angastaco, Cafayate. Breve paso por Tucumán. Entro a Catamarca. San José. 

Permitido detenerse. 

Aunque este era un viaje en bici, me permito no pedalear una semana para compartir con Gladys, en El Tesoro, Catamarca. Joven, curiosa, cocinera, Gladys  ama profundamente los cerros que la rodean. Contenta, me cuenta que afortunadamente no encontraron oro en su cerro, el temor de que contaminaran el agua la acechaba. Gladys tiene mi edad  y compartimos sinceramente nuestras búsquedas y nuestros miedos. Ella aprovecha nuestro encuentro para sacarse todas sus dudas: ¿en la Ciudad de Buenos Aires no hay monte con espinas?, ¿es lindo viajar en tren?. Las preguntas de Gladys seguían resonando dentro mío cuando me subí a la bici y partí de El Tesoro. 

Al costado de la ruta con Ricardo, Eugenia y Mausi. La Rioja, 2019.
Al costado de la ruta con Ricardo, Eugenia y Mausi. La Rioja, 2019.

Paso por Hualfín. Nuevo cartel: desvío. Abandono la ruta 40 para subir a Antofagasta de la Sierra (3300 msnm). Empiezo por Villa Vil, sigo por Los Nacimientos de San Antonio, Laguna Blanca, El Peñón, Antofagasta de la Sierra.

En Los Nacimientos, Rosa me invita a su hogar. Me lleva a buscar leña por caminos de montaña solitarios y me dice “esta es nuestra avenida principal”. Su humor, su espontaneidad, su generosidad,  su sinceridad al decirme vuelva a visitarme, aún hoy me conmueven.

En El Peñón

Espero un ratito sentada en la plaza del pueblo, como suelo hacer al llegar a un lugar nuevo, e Inés me invita a su casa. La bici y las alforjas llenas de tierra despiertan la curiosidad. Inés me regala un atardecer lleno de su historia y lágrimas de emoción. 

Sugerente señal en la ruta 40, Catamarca. 2019.
Sugerente señal en la ruta 40, Catamarca. 2019.

Sigo camino. La Puerta, Belén. Adiós Catamarca, bienvenida a La Rioja.  Andolucas, Chilecito, La Rioja capital. Finalizo este viaje de 1400 kilómetros en la casa de Ricardo, Eugenia y Mausi, primos de mi papá, familia que me regaló el camino. Literalmente. 

De este viaje recuerdo las cuestas que me dejaron sin aliento, la belleza de los cerros, los pinchazos, el día que granizó. Pero más allá de eso, este viaje cambió, para siempre, mi forma de ver un mapa. Ya no son las ciudades y pueblos, sino el rostro y los nombres de las personas que me acogieron y que añoro poder volver a abrazar. Sueño que voy a seguir llenando el mapa de mi hermosa Argentina con el rostro de mis hermanos y hermanas. 

Hay un mate esperando ser compartido en cada hogar. Encontrarnos y compartir sinceramente sana cualquier herida. ¡Buenos caminos! ¡Buenos encuentros!

YAMILA MERCEDES BARRERA

Nací en la Capital Federal, pero me crié en el conurbano bonaerense. Disfruto de viajar en bici, leer, bailar folclore, hacer yoga y remar. Licenciada en matemática devenida en analista de datos de profesión.

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