Desde mi juventud hasta mi edad adulta actual, siempre elegí bicicletas de paseo, me defino como una ciclista urbana lenta. Desde hace años opté este vehículo para mi movilidad, entendiendo cada traslado como un paseo, ir a un ensayo, a la facultad o a trabajar. La premisa: disfrutar el viaje y mover el cuerpo; la espalda recta, el peso en un canasto, un asiento parecido a un puff y escasos cambios que más que usarlos como fuerza para avanzar, eran la bendición de alivianar algún repecho.

Y así, ostentando disfrute y escasísimo sudor, supe siempre salir temprano para llegar (casi siempre) en hora. Con los años el paseo se convirtió en recorrido, luego en movilidad y después en activismo. Y ahí fue cuando las 6 velocidades de la hermosa bici turquesa de paseo quedaron cortas. Empecé a querer más, ir a todos los lugares en bici, hasta a fiestas donde el seguridad colapsa pensando donde podemos estacionar.
Ir más lejos e ir más rápido. La cabeza se acelera más que las piernas, y la idea se convierte en deseo y ese deseo deja aparecer otros sueños y metas. ¿Y si nos vamos a Rocha en bici? Este creo es un hito en la mayoría de los ciclistas uruguayos, a todos se nos pasa por la mente ese destino, a veces solo como un deseo lejano, la proeza de algún conocido, o una imagen desde el bondi o desde el auto que se nos cruza en la ruta.
Como en la bici, la idea salta de nivel, toma fuerza y se acelera, ¿y si este enero sí nos vamos a Rocha en bici?

Ya de solo pensarlo (en serio) corren desenfrenadas las ganas, la curiosidad, las dudas y las certezas. Decenas de pestañas en internet, comparando precios de bicis, leyendo blogs y preguntando por todos lados consejos. Las devoluciones siempre positivas, hasta cuando no se sabe la respuesta el mensaje siempre es de aliento. Ahora con la idea en marcha, como en el camino, todo se va acomodando y avanza.

Lo siguiente fue hacer la segunda cosa que más me gusta después del ciclismo: reventar la tarjeta de crédito.
Con la ayuda de una amiga encontré a “Gretel 2” (sí, les pongo nombre a las bicicletas), y mientras empezamos a entrenar distancia con mi hermano, se iban sumando la parrilla, alforjas, portacaramañola, pulpos, guantes, luces. Garabateamos muchos recorridos, calendarios y lista de cosas a llevar. Y mientras mandaba solicitudes a grupos de ciclistas, se sumaron un primus, la olla, el sartén, consejos, piques y una gran energía que se sentía como una bajada con brisa, a la sombra y en primavera. Cada vez más rápido, más velocidad, más cosas, más checks en las listas, hasta llegar al cambio 21. Con todo listo, armado y la alarma puesta; frenar fue imposible. Esa noche previa la cabeza y el corazón seguían pedaleando nerviosos y optimistas.

Salimos, y todo volvió a ser como antes, la movilidad y el activismo se quedaron en Montevideo, y el recorrido, desde el cambio 1 al 21, sin importar la velocidad, volvió a ser un paseo.
Nos bendijeron los dioses del clima, y los santos de las pinchaduras, un montón de amigos que nos abrieron sus puertas y muchos ciclistas que nos cruzamos en el camino y que se sentían como hermanos que compartían la satisfacción del avance y el regalo del amanecer en la ruta.
Pasaron kilómetros, playas, panaderías, amaneceres, chapuzones, buñuelos de algas, mates, pausas.
Y el destino nos recibió felices, ostentando disfrute y escasísimo sudor.
Agradeciendo a las bicis, a las piernas, a los ojos y al corazón que reconocen, que tanto en el ciclismo como en la vida, la recompensa es el camino.
FLORENCIA DUMAS
Ciclista urbana, voy a todos lados en bici. A ritmo lento y casi siempre cargada. El canasto es mi aliado, y en las bajadas suelo bailar contra el viento.