Serbia en Bicicleta
Nuestro objetivo para los meses siguientes era recorrer Serbia en bicicleta, así que allí nos dirigimos. Íbamos por la orilla del Danubio del lado Húngaro aún, circulando con viento a favor y pedaleando a buen ritmo por uno de los tantos taludes que nos encontramos en nuestra ruta.
Apenas nos habíamos cruzado con otros cicloturistas desde Budapest, y a esta altura del camino ni siquiera nos cruzábamos con peatones o coches, estábamos a punto de cruzar la frontera con Serbia y hasta la conexión móvil era casi inexistente.
En un giro donde teníamos que encarar ya el acceso a la ciudad fronteriza de Herzegszántó nos encontramos con un coche tipo ranchera medio oculto, con dos personas dentro mirando hacia un extenso maizal… nos miraron al pasar con rostro serio, qué raro pensamos… por allí no había nada que observar. Pronto caímos en la cuenta de que podían ser militares vigilando la zona. Unos metros más adelante confirmamos nuestra teoría, al ver más militares apostados en un campamento improvisado, y cruzarnos con varias de estas rancheras que andaban patrullando.
De pronto el ambiente era raro, ese ambiente turbio que rodea muchas fronteras. Comimos por allí en el campo porque se estaba haciendo tarde, con solo la compañía de algunos de estos coches que de vez en cuando paraban cerca, nos observaban, y luego continuaban la marcha. Cruzamos la frontera Serbia con la reflexión de siempre, qué afortunados somos de tener un pasaporte que nos abre fronteras y qué injusto que otros no puedan.
Entrar a Serbia en bicicleta
Entrar en Serbia fue como tomar una bocanada de aire fresco. Los pueblos se sucedían, así como los saludos de los lugareños, que nos daban la bienvenida al país. Mujeres y hombres apostados en bancos, en las puertas de sus casas, en corrillos, con los vecinos, nos miraban… Dober Dan!, decíamos y Dober Dan!, nos respondían con una gran sonrisa. Y así llegamos a la ciudad que sería nuestra primera parada en Serbia y donde pasaríamos un par de noches, Sombor.
Sombor
Sombor es un pueblo grande, con una animada calle comercial, llena de bares y restaurantes. El resto son casas bajas en entornos algo destartalados: típicas aceras rotas, y escombros amontonados en algunas zonas. Aprovechamos para comprar una tarjeta SIM y así tener conexión a internet.
Nos alojamos en un lugar muy frecuentado por ciclistas. Es un jardín de una casa con todo lo que necesitas al terminar una ruta: ducha, un sitio para montar la tienda, un pequeño espacio para relajarse con sillas, sofás, una pequeña cocina y lo que realmente marca la diferencia, toda la información que puedas necesitar para pedalear por Serbia.
El dueño es cicloturista y se conoce todas las rutas de su país, sitios donde hacer acampada libre, tramos peligrosos, zonas dignas de ver, información muy valiosa, así que, sin saberlo, alojarnos aquí marcó nuestro camino las siguientes semanas.
Aún seguíamos la ruta del Danubio y los dos primeros días fueron un poco de transición. Si bien pedaleábamos por caminos muy tranquilos, cerca del río, muy relajados, los paisajes no eran demasiado espectaculares y pasábamos por muy pocos sitios poblados. Empezaba a hacer ya calor y teníamos que tener cuidado con el agua, puesto que ni había fuentes y apenas posibilidad de pedirla.
Al final del segundo día llegamos a un lago donde la gente se bañaba, aquí había un pequeño bar donde pedimos permiso para acampar esa noche. El dueño muy amable nos dejó sin problemas y así pasamos la tarde, bañándonos, descansando en la playa y viendo el atardecer mientras cenábamos y montábamos nuestra tienda.
Bačka Palanka
El día siguiente nos esperaban casi 90 km muy duros. El calor de ese día era bastante intenso y tal vez pasamos por la zona más despoblada de todas las que hemos visto hasta ahora. Queríamos llegar a Bačka Palanka, donde sabíamos que había una playa fluvial y donde nos dijeron que podíamos acampar tranquilamente. Pasamos la tarde en la playa bañándonos, había fuentes, mesas, el sitio estaba a rebosar. Empezó a oscurecer ya, y aquello seguía lleno de gente, era lunes, ¿es que no tenían casa?. Un concierto justo al otro lado del río, risas, gente yendo y viniendo a la playa… vaya, el pueblo estaba en fiestas.
Buscar sitio para acampar de noche no es recomendable, tienes menos visibilidad y lo que puede parecerte un buen sitio a priori, puede que no lo sea tanto. En cualquier caso no teníamos más remedio, así que avanzamos unos kilómetros para buscar algo, era una zona industrial con ruidos y malos olores, nada agradable, y luego carretera que no nos apetecía hacer de noche. Así que después de una hora dando vueltas volvimos a la playa de Bačka Palanka. Poco a poco la gente se fue yendo y tras valorar si montábamos la tienda o hacíamos vivac directamente optamos por lo primero, ya que parecía que la fiesta no duraría mucho más.
La noche fue tranquila, pero nos despertamos temprano y ya había gente paseando por la playa. Eran las cinco de la mañana o algo así, pero empezaba ya a amanecer, así que recogimos la tienda, extendimos una lona en la arena y nos quedamos tumbados y dormidos de nuevo. Qué sensación más agradable sentir los rayos del sol calentándote por la mañana después del fresco de la noche, qué bonito recuerdo ese despertar en la playa, con esa arena blanca…
Novi Sad
Tuvimos ruta corta y cómoda hasta Novi Sad, ahora sí, pasando cerca de muchos pueblos y con un muy agradable viento a favor, ¡qué maravilla pedalear así por taludes bien asfaltados, sin coches!, y con mucho menos calor que días pasados.
Novi Sad es una bonita ciudad a unos 90 km de Belgrado. Tiene un centro histórico que nos gustó mucho, lleno de terrazas y gente paseando por sus calles peatonales. Pasamos tres días en la ciudad aprovechando para descansar un poco. Fuimos testigos de tres accidentes de coche estando allí, pequeños golpes de chapa que levantaron nuestras alarmas y que nos hizo ser conscientes de que en Serbia se conduce bastante mal, no fueron los únicos accidentes que vimos durante el mes y medio que estuvimos en el país.
Fruška Gora
Los siguientes días los pasamos en un camping en el parque nacional Fruška Gora. Un entorno precioso entre montañas cerca de Sremski Karlovci, uno de los pueblos con más historia de Serbia, gracias en parte a que fue sede de la iglesia ortodoxa durante el reinado de los Habsburgo.
Estábamos a solo una etapa de Belgrado, pero no teníamos prisa en llegar, un amigo nos iba a visitar para pedalear unos días con nosotros y además íbamos a pasar otros días compartiendo alojamiento en Belgrado con una pareja de cicloturistas uruguayos con los que habíamos entablado amistad y con los que habíamos coincidido ya en diversas ocasiones. Fueron unos días de intenso calor, pero por suerte hubo poco pedaleo.
Belgrado
Belgrado nos gustó mucho, es cierto que estamos viendo las grandes capitales con buen tiempo, donde la gente parece estar más animada y hay un gran ambiente en las calles, pero aun así hay algo que nos atrae de las grandes ciudades y por eso siempre intentamos que nuestra ruta pase por ellas.
Así, después de nuestra estancia en Belgrado, nos dispusimos a seguir de nuevo el Danubio en lo que serían las etapas más impresionantes de las últimas semanas. Éramos tres en la ruta y eso le dio un aire diferente a nuestros días. A pesar de que las rutinas eran más o menos las de siempre, nos parecía que algo cambiaba, era como estar de vacaciones con tu grupo de amigos, ¿acaso no lo estábamos ya?, pero esto era diferente, ¡qué importante son las visitas de amigos y familiares!
Los días se sucedieron siempre al lado del río, atravesamos cañones impresionantes, con un tráfico bastante tranquilo, ¡qué paisajes maravillosos vimos! Compartimos un día de ruta con los uruguayos, cinco viajeros en el camino y fue un día perfecto, de los que hacen afición.
Negotin
Llegaron las despedidas y otra vez volvimos a ser dos y entonces paramos en Negotin, muy cerca ya de la frontera con Bulgaria y Rumanía. Allí está el refugio cicloturista por excelencia. El lugar por donde todos los viajeros pasan y paran, ese lugar donde limpiarte el barro del camino, las heridas y arañazos y dejar que te cuiden. Porque eso es lo que hace Bojan, el propietario, cuidar a todas y cada una de las personas que paran allí. Arregló la bici de Chema que tenía un porta bultos roto sin pedir nada a cambio. Nos ofrecía bebida fría en medio de la peor ola de calor que vivimos en Serbia, incluso nos ofreció usar su propia cama y la de sus hijos por si queríamos descansar durante el día si hacía demasiado calor dentro de la tienda. Allí conocimos a Ximena y Geor una chilena y un austriaco que vivían en Viena y que estaban de vacaciones en Serbia y con los que compartimos multitud de charlas. Qué generosos fueron los dos y qué suerte coincidir con ellos. Ximena nos preparó comida casera, aún recordamos la sopa que nos hizo, qué bien nos sentó. Incluso una noche nos invitaron a una fiesta donde Ximena había preparado comida chilena, ¡qué rico el pastel de choclo que estuvieron cocinando durante todo el día! Por las noches íbamos a la feria que había en Negotin, y donde los serbios disfrutaban de platos típicos como cochinillo y otras carnes, y los niños disfrutaban de las atracciones. Nos encanta el ambiente de las ferias, debe ser que soy de barrio y me recuerdan a mi infancia en Fuenlabrada.
Zajekar
Y con pena, pero con ganas de seguir nuestra ruta, continuamos nuestra marcha. Ese primer día llegamos a Zajekar atravesando pueblos muy pequeñitos de montaña con apenas cuatro casas, pero dónde siempre encontrábamos agua, un alivio porque teníamos constantes subidas y bajadas y ya hacía bastante calor. En Zajekar decidimos parar una semana, hubo otra ola de calor con temperaturas que alcanzaron los 43 grados algunos días y no nos la queríamos jugar. Así que aprovechamos para trabajar, descansar y más bien no hacer casi nada.
Después de una semana volvimos a las bicicletas. ¡Qué día más infernal!, lo salvaron nuestras ganas y fuerzas y la buena predisposición mental que tuvimos, además de un paisaje ciertamente bonito. Si ese día nos hubiera pillado bajos de ánimos, habría habido lágrimas, las primeras del viaje, seguro. El calor, si bien había bajado algo, seguía siendo fuerte. Sabíamos que teníamos 4 subidas importantes y 70 km por delante. Además, la dureza iba a ir in crescendo,
justo lo que no nos gusta, porque la peor parte viene cuando estás más cansado. Las dos primeras subidas las hicimos más o menos bien. Desniveles importantes, pero con pequeñas zonas donde se relajaba algo la pendiente. La tercera subida fue ya más dramática, desniveles constantes del 10% y 9 % durante muchos kilómetros, nos obligaron a los dos a bajarnos de la bici y empujar, solo para cambiar un poco los músculos que hacían fuerza. Solo podíamos parar en la sombra porque el calor era acuciante y era impensable hacerlo al sol. Quien haya empujado una bicicleta de al menos 60 kg en pendientes pronunciadas sabrá que no es fácil y que aquel supuesto alivio que debería darte bajar de la bici no llega. Así que así, con más pena que gloria, llegamos a esa tercera cima.
Lo que nos esperaba en la cuarta y última subida del día era peor, era el infierno en la tierra, se acababa el asfalto para dar paso a un camino lleno de piedras sueltas y totalmente roto, casi desde el principio tuvimos que empujar la bici porque no podíamos rodar con ella en ese terreno. Avanzábamos unos metros y nos parábamos en la sombra, nos sentábamos, y continuábamos a los pocos minutos. El calor era ya intenso, la pendiente pronunciada, el terreno empeoraba, el camino se estrechaba, los matorrales nos arañaban las piernas. Lo que pasa es que en esos momentos, hay días que te creces, y sacas las fuerzas de no se sabe dónde, y te empeñas en que eso lo haces y
notas el sudor goteando y ese día, no sé muy bien, no te preguntas que haces ahí, ese día tu mente se centra en la tarea y funciona al compás de tu cuerpo, y así todo en armonía, te subes la cuarta montaña a las 4 de la tarde. Y cuando llegas a la cima, ya no te importa la gloria, porque lo único que importa es que ya te has hecho la montaña, y no tienes que volver a subirla más en la vida si no quieres.
Qué alegría llegar al primer pueblo a dos kilómetros de la cima y descubrir que las dos únicas fuentes no tenían agua. Pero daba igual, el dicho es muy cierto, el agua no se le niega a nadie, así que nos dieron el agua más fresquita que tenía la mujer a la que se la pedimos e iniciamos un merecido descenso de casi 15 km.
Pirot
Llegamos dos días después a Pirot, último pueblo Serbio antes de cruzar la frontera con Bulgaria. Fueron dos días de paisajes increíblemente bonitos, donde incluso acampamos al borde de una cascada en una noche superbonita, con la única compañía del ruido del agua, las luciérnagas y bueno, un grupo de señoras y señores búlgaros que a última hora de la tarde nos pidieron ayuda para sacar su coche, que estaba sobre un terraplén con medio morro en el río. No sabemos muy bien cómo llegó allí, pero igual que el agua no se le niega a nadie, ayudar a empujar un coche tampoco, y así, junto a una pareja de cicloturistas holandeses y gente random que estaba allí, conseguimos sacar el coche y ahora sí, pasar una tranquilísima y fresquita noche al pie de las montañas.
En Pirot fuimos conscientes de que cruzar la frontera no sería fácil. Pasos solo a través de una autopista en obras, carreteras muy concurridas sin arcén, no pintaba nada bien. Consultamos a otros cicloturistas que habían pasado antes por allí y los vídeos que nos mandaron daban miedo, así que decidimos que intentaríamos cruzar la frontera en otro medio de transporte. Eran apenas 30 kilómetros, pero no queríamos arriesgarnos si podíamos evitarlo. No fue fácil, el tren que podíamos coger, y que ya habían cogido otros viajeros antes, estaba en obras también y no circulaba, así que solo nos quedaba intentarlo con un autobús. Al tener que cruzar una frontera las opciones están limitadas, y a eso hay que sumarle que te dejen llevar dos bicis. El que nadie hablara inglés y nosotros no habláramos serbio lo complicaba todo un poco más. Tuvimos que esperar dos días hasta que pudimos coger un autobús directamente a Sofía, y despedirnos de una Serbia intensa, caótica y alegre, y que nos alegramos mucho de haber conocido,
chema y elena
Somos Elena y Chema llevamos más de veinte años viajando por el mundo pero siempre con tiempo limitado por los trabajos y las obligaciones. En marzo de 2019, tras bastante tiempo de espera, decidimos dejar nuestros trabajos para viajar en bicicleta, sin fecha de vuelta y sin destino concreto. La pandemia nos enseñó que el planteamiento era correcto, no podíamos planificar nada. Ahora ya en ruta desde hace más de un año.