El viajar en bicicleta ha abierto caminos en mi mente que nunca en mi vida había imaginado recorrer. Pasar de estar inmerso en una sociedad totalmente rutinaria y aburrida a estar en pueblos y villas totalmente escondidos, llenos de vida, con nombres extraños, alejados de toda la cotidianidad, pero bien cerca de lo más puro que la naturaleza nos puede enseñar, a veces para bien y otras no tanto. ¿Pero acaso no es de esto que se trata la vida?
Nunca podré olvidar la gente que se me ha acercado a hablarme, a preguntarme, a saber qué hago, de dónde vengo y a dónde voy, pero debo admitir que para esto último todavía no tengo una respuesta exacta. Esos “buen viaje” o “boa viagem” acompañados de un saludo al viento con las manos o un par de golpecitos en la espalda, son los primeros acercamientos que uno puede tener con las personas que viven en estos lugares, fuera de las ciudades, pero dentro de la columna vertebral que mantiene erguido a un país con sus costumbres y tradiciones.
Sinceramente no creo que haya sensaciones que se asemejen a las que uno puede sentir estando solo en medio de la nada. Un poco de miedo, pero miedo a la naturaleza, y mucha adrenalina que te invita a hacer locuras y a perderle ese miedo a la inmensidad de las montañas, a lo largo de un sendero o a lo ancho de un río que tenemos que cruzar.
Si hablamos de sensaciones no podemos dejar atrás lo que nuestro oído puede percibir, porque la música para mí en los viajes es lo que hoy por hoy para muchos es el silencio. Todos nos vamos lejos de la ciudad en búsqueda del silencio y muchos lo encontramos, pero a mí realmente, luego de estas aventuras, se me hizo muy difícil volver a encontrar ese silencio que creí haber conocido.
En un principio era en la playa, pero es imposible, es más, es la música que más disfruto, al seguir el ritmo de las olas, de cuando vienen besan la arena y se van como si no quisieran, arrastrándose en ella mientras un poco de esta agua de mar se mete entre las piedritas intentando quedarse allí por más tiempo.
Luego creí haber encontrado el silencio en las rutas mientras pedaleaba, pero tampoco, escuchaba el ruido de la cadena pasando por los dientes de los discos, sentía en los oídos el viento que me ensordecía, escuchaba a los pájaros cantar y hacer ruidos que en mis tierras no existen.
Después creí encontrar este silencio en la cima de la montaña, entre las nubes, con nieve y sin viento. Pero nuevamente fue imposible, escuchaba y sentía mi propia respiración, y el movimiento de mi pecho que generaba deslizamientos de pequeñas piedritas que nunca se llegaba a ver dónde iban a terminar. En conclusión, no he encontrado el silencio como tal, pero buscándolo sí encontré la paz interior, aprendí a disfrutar de lo natural, de lo que realmente somos, de lo que es necesario para vivir, de lo que tenemos a la vista sin buscarle la quinta pata al gato, porque eso es así y va a ser así.
¡Y vaya! A los olores tampoco los podemos dejar muy atrás, porque encontrarte con olores en otros países que te hagan viajar a tu país muchos años atrás, a tu infancia, es una de las cosas más mágicas que nos puede pasar. Sentir un perfume que te traiga recuerdos de aquellos que te ponían para ir a cumpleaños o a un amor perdido, el olor del océano con sus aguas saladas que te recuerda las costas del país de dónde vienes aunque sean distintos océanos, el olor a puerto (que a muchos desagrada) y que te lleva a la pescadería de la feria, esa de ahí de la vuelta de tu casa, que aunque pase un siglo va a seguir estando allí todos los días de feria.
A esto hago referencia con las sensaciones, porque así como lo escribo, así me sucedió y estoy seguro de que de no haber emprendido estos viajes nunca en mi vida hubiera podido recordar tantos momentos que me marcaron en los pocos años que llevo viviendo, pero que siguen estando dentro de mi cabeza escondidos en las sombras del inconsciente, como decía Freud.
Felipe Rodríguez
Tengo 24 años y soy de Montevideo, Uruguay. Uso la bicicleta en la diaria y para mis viajes, podría decir que ya es una parte de mí. Les comparto un capítulo de algunas cosas que he escrito y que de no haber sido por Wanderlust (mi bici) creo nunca hubiera llegado a conocer esa parte de mí.